Hoy quiero tirar al hocino los domingos por la tarde porque siempre me estorban. Para mí, son otra muestra más de la Humanidad casi hiriente que nunca termino de entender del todo bien.
La semana pasa entre el ajetreo de los quehaceres postergados y las ilusiones ilusorias que nunca se cumplirán. Ruedan los días sobre horas de mantequilla, apartando la mirada de aquí y de allí, pero con un movimiento uniforme, casi como un baile.
52 veces al año sufro la misma sensación de pasmoso tedio ante el repentino advenimiento de un domingo por la tarde, donde no hay siquiera nada que desperdiciar. Una masa gris informe, como la de Michel Ende. Toca hacer confesión, resumen, penitencia, ayuno y promesas de mejora. Y así nos va. El té no ayuda, aunque tampoco hay que negarle la cualidad de amigo fiel donde los haya.
Los domingos por la tarde me derraman por encima todo el tiempo que desperdicio, que no es poco (siempre digo que "nunca llevo reloj porque no me gustaría saber cuánto tiempo pierdo en hacer tonterías"). Me miran raro, excepto a los que también llaman "raros". Que disfruten los demás de la puntualidad exacta, de las coordenadas justas y del té de las 5 de la tarde; para ellos es inconcebible no saber qué hora es ni dónde está uno y de ahí que les parezca del todo inusual que yo salte a la comba con la curva espacio-tiempo.
El domingo es uno de ellos: "¿Y los artículos Laura? ¿Los leíste el lunes? ¿él miércoles? ¿quizá te lo planteaste el jueves? ¿y hoy domingo, qué te parece hoy, té y artículos?". No, lo siento, los domingos no estoy operativa, los domingos estoy debajo de la cama esperando que alguien me ofrezca el plan del mes para dejar a un lado la mala conciencia, que me está voceando lo que debí hacer con la zapatilla en la mano.
Sólo hay un reloj en mi habitación y está entrenado para no saber dar la hora; es un reloj de la infancia que aún a día de hoy me está enseñando a decir "a las 9 en punto estoy allí", es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico, como debe ser.
Mi imagen del tiempo es un Cambembert derretido (¡qué razón llevaba Aquél!), para otros no sé qué otra cosa puede ser. Hay un tiempo para cada persona, igual que hay un domingo para cada semana. En mi reloj entrenado, los malos momentos se recuerdan como chasquidos y los buenos momentos se me quedan atrapados con difícil huida como la mano en la melaza. Para otros, dicen, es al revés.
La persistencia de la memoria es diferente en cada uno, a mí, en concreto, me jode las semanas. Me comería los domingos por la tarde, a sabiendas de la indigestión.
Lua
"Lo mismo que me sorprende que un oficinista de banco nunca se haya comido un cheque, asimismo me asombra que nunca antes de mí, a ningún otro pintor se le ocurriera pintar un reloj blando"
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