Camino de Alcocer, un arriero lleva un saco de esos viejos con marca de siembra de patata, pero vacío, busca algo con que llenarlo. Con un sombrero de paja, pero no, no lleva una espiga en la boca, aunque la piel curtida revela las sendas recorridas, el sol por el que se ha arrastrado y los pueblos que ha conocido lo revelan sus ojos, que nunca miran aquí o allí. Lo están mirando todo a un mismo tiempo, aquí, allí, aquí y allí.
El saco vacío cuelga del hombro derecho con la rutinaria espera de quien sólo tiene esperanza de rutina. Pero hoy no serán patatas, ni trigo. Aquí somos más de aquí, no hay café, ni mulas, ni Juan Valdés. Hay un hocino y una montaña de cosas que alguien ha tirado en él. Ve cómo algunas están destrozadas, se nota que fueron lanzadas con rabia; otras tantas, las de la derecha, están colocadas con esmero, como si ése tuviera que ser su sitio natural mientras a alguien le pesaba dejarlas allí (sí, parece que la mayoría se escriben con mayúscula); y luego está esto otro, un puñado de sinsentidos que parecen más olvidados que desterrados, su dueño los puso ahí como quien deja las llaves en la mesa del recibidor.
Hay una poesía, que son todas las poesías del mundo. Cubierta de polvo, en una bola de papel amarillento está la voz que se debía a alguien. Surgida de la nada, así, La voz a ti debida:
"Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.
Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.
Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo."
Nostalgia de Salinas en un día cualquiera en el que un arriero pasó por un hocino y rescató un poema. Sólo eso.
Lua
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