lunes, 22 de septiembre de 2008

La tiranía de la burocracia






Más de dos meses con todos sus días yendo de oficina en oficina con los papeles equivocados y las fotocopias sin compulsar. Escuchando millones de excusas nuevas por las cuales nunca me iba a casa matriculada en el Máster de Filología Clásica. Yo, pacientemente, fui de ventanilla a mostrador y de mostrador a sala de esperar, mientras mi ira se acumulaba poco a poco, grano a grano, hasta que mi voz empezó a volverse más áspera, la misma voz que los primeros días acompañaba a una sonrisa espléndida, respondiendo a la filosofía de: "si sólo hay que ser amable con ellas".

Ellas son las funcionarias, las que tienen los formularios, las reinas de los sellos que compulsan fotocopias por el módico precio de 8,50€. Las rubias de laca y rimel, de las gafas de pasta con cadena, del "pero a ver". Gobiernan sin ley y sin Dios a un pueblo que siente pavor ante una casilla mal rellenada o un dato sin escribir, a que falte una fotocopia de DNI y ordenen coger un nuevo número y a esperar una nueva cola, quien, como un único ser, celebra tu derrota entre carcajadas y cuchicheos.

Estaba convencida, por aquello de mirarlo por el lado bueno, de que en la última ventanilla la última secretaria me daría el premio de la gynkana, me daría una bolsa de 10 euros en chucherías, además del papel final de la matrícula.

Pero eso nunca llegó a ocurrir, me cansé en mitad del proceso y un buen día decidí dejar de tirar mi dinero en RENFE para ir de la autónoma a la complutense a "arreglar papeles" porque mi vida se estaba enturbiando y ni siquiera había empezado el posgrado. Caminaba por la calle con un odio resentido hacia cualquier mujer viandante que encajaba en el perfil de funcionaria-con-sello-de-compulsar y, en más de una ocasión, se me ocurrió acercarme a pedir explicaciones por todos los agravios con muy pocos modales, los pocos que me quedaban, los que ellas me habían quitado paulatinamente en cada mostrador.


Hace unos días volví a ver Las doce pruebas de Astérix y Obélix y me alegré profundamente de que alguien hubiera entendido el chiste de la burocracia.



Lua