miércoles, 18 de febrero de 2009

Mortal y Rosa


Lleva muchos días persiguiéndome este texto allá a donde voy, en el tren, en el metro, por las paredes... así que lo traigo al hocino, que permanezca aquí impasible a las menudencias que el tiempo deja en las páginas de papel. Él, Francisco Umbral, por haber grabado a fuego un párrafo:

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.

Qué estúpida la plenitud del día.
¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera?

El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.

viernes, 13 de febrero de 2009

Gris ceniza


Me he pasado el día sola. Por la mañana mirando manuscritos bizantinos en mi casa y por la tarde, tren. Hoy me he dado cuenta de que yo sería un poco más normal si no pasara tres horas y media a diario sentada en un vagón. Me hace relativizarlo todo, inlcuso el tiempo, que RENFE estira, contrae, aplasta, riza, gira, moldea y retuerce con tanta maestría, parece como si los minutos también fueran de su propiedad, todos suyos, escritos en verde en los paneles informativos de cada vía, hacen ostenciación pública mientras los demás esperamos un rato largo (¿cómo saber cuánto si no lo dicen ellos?) a que GUADALAJARA 3 min se convierta en GUADALAJARA 2 min. El tren casi me ha enseñado a esperar, lo ha intentado, podría haber leído entre líneas la metáfora de "no va a llegar antes sólo porque tú quieras", pero sigo impacientándome por llegar a Chamartín, a Cantoblanco o a cualquier otra parte.


Me he cruzado con mi abuelo en la estación de tren, antes de ir a la complutense. Lo quiero muchísimo y me he dado cuenta hoy. Es el único en mi familia realmente orgulloso de que yo estudie filología clásica. El resto de mi complicada historia universitaria la conoces bien.



Lo peor de hoy ha sido la ceniza, sin duda alguna. Desde que he montado en Azuqueca, hasta que he llegado a mi casa me sentía gris opaco y a mitad del trayecto me he dado cuenta de que estaba escuchando Tom Waits, quizá haya sido culpa suya, pero me ha inspirado tantas veces para escribir que prefiero no culpar de nada al pobrecitomíoquenohacemalanadie.



En clase mal, muy mal. Otra vez esa sensación de que yo no pertenezco a este mundo o a este lugar o a este momento. Hablando con los compañeros, parece ser que todo el mundo tiene argumentos razonables e ideas razonadas sobre casi cualquier tema, por mi parte yo sólo tengo sensación enfrentadas, nociones básicas y gustos estrambóticos por definir. Creo, sinceramente, que no tengo una opinión formada sobre la tauromaquia y me ha dado pereza construirla en el tren de vuelta. ¿Por qué clásicas? para no acumular fascículos de Planeta deAgostini en pequeñas montañitas de fracaso personal. Y por mil cosas más, claro. Por inevitabilidad histórica: porque yo no sería yo si no estudiara clásicas; porque podría haber sido cualquier otra persona, porque puedo serlo cuando quiera.



Lua

jueves, 12 de febrero de 2009

Pequeñeces e insignificancias


Vengo al hocino con las confesiones de medianoche, esas verdades a medias rodeadas de misterio que se cuentan al primer cualquiera que se sienta en la barra del bar a compartir un whiskey de reproches, reproches a la mujer, al jefe, a la Navidad, a la vida misma que se queda en la puerta para volver a rodearte con el brazo por encima del hombro de camino a casa.

Yo lo he hecho. Otra vez. Otra vez contando demasiadas historietas donde el malo soy yo misma, o el destino, si se cree en él. Pero sin bar, sin whiskey, sin espectador y casi sin conciencia. Derrochando desmesura en la tragicomedia de cada anécdota.

¿Y todo para qué? para arrepentirme al día siguiente de haber hablado tanto de todo y de mí y de vuelta a mis rincones a sentirme gilipollas. No doy respiro a mi tetera, té tras té, arañando con la cuchara mi fiel taza de Starbucks, derrotada, pobrecita ella, de escuchar tanta idea estúpida, de responder con quieto silencio a preguntas fatídicas y agoreras del tipo "¿qué pasaría si yo..?". Porque la duda es de piel y hueso, la duda está aquí delante de mí.

Pero no es posible, ni siquiera real. Ya va siendo hora de que a mis 22 años empiece a diferenciar la verdad de la ficción, de que sepa que mis manías son reales aunque parezcan de chiste, aunque me sienta cómoda hablando de ellas, que no sé encender mecheros de ruleta ni esperar a alguien que se retrasa, que me toco el pelo cuando bebo agua, que tengo que cerrar todas las puertas y doblar bien todas las esquinas de papel. Son más reales que graciosas, aunque no sea consciente de ello.

Me ha llevado muchas horas construir este castillo en las nubes donde esconder los sentimientos, que en realidad ya han empezado a existir. Me subiré con la tetera a mirar el mundo desde arriba, a esperarte, a esperar el día en el que al pensar en ti no se me enciendan las mejillas. Se pasará, antes o después, y dejaré de sentirme ridícula por el simple hecho de cruzarme contigo en cualquier bar, en cualquier whiskey.

Por lo que podría haber sido y nunca será. Por todo lo que ya te he contado fuera del horario de visitas, por todos los insignificantes pecados que pienso cada vez que hablo contigo. Por las pequeñeces que nunca tendrán mayor importancia.




Lua

viernes, 6 de febrero de 2009

Who in the world am I?


'Dear, dear! How queer everything is today! And yesterday things went on just as usual. I wonder if I've been changed in the night? Let me think: was I the same when I got up this morning? I almost think I can remember a little diference. But if I'm not the same, the next question is, "Who in the world am I?" Ah, that's the great puzzle!' And she began thinking over all the children she knew that were of the same age as herself, to see if she could have been changed for any of them. 'I'm sure I'm not Ada' she said, 'for her hair goes in such long ringlets, and mine doesn´t go in ringlets at all; and I'm sure I can´t be Mabel, for I know all sorts of things, and she, oh! she knows such a very little! Besides, she's she, and I'm I, - oh dear, how puzzling it all is! I'll try if I know all the things I used to know. [...]


'I'm sure those are not the rights words', said poor Alice, and her eyes filled with tears again as she went on, 'I must be Mabel after all, and I shall have to go and live in that poky little house, and have next to no toys to play with, and oh! ever so many lessons to learn! no, I've made up my mind about it; If I'm Mabel, I'll stay down here! It'll be no use their putting their heads down and saying "Come up again, dear!" I shall only look up and say "Who am I then? Tell me that first, and then, if I like being that person, I'll come up: if not, I'll stay down here till I'm somebody else"


Alice's adventures in Wonderland. Lewis Carroll.