sábado, 19 de junio de 2010

Besos difíciles


Mi problema son tus labios, que no tengo. Un día, dos meses, tres años. Verte y no poder besarte. Verte y no pensar en otra cosa. Hablar contigo de cuando en cuando y no besarte nunca. Me hablas y finjo que te escucho. Te hablo y finjo que te hablo. A veces de verdad lohago, pero imagino tus labios que no hablan, que besan. Verte y no poder besarte. He imaginado el beso, como Salinas, el beso que te daré, lo imagino mientras estudio, cuando estoy en el tren o en mitad de algo importante.

Finito, concreto, apareces tú, apareces con tus labios que me duelen. Hablas y de tu bocan no salen palabras. Son besos que estoy perdiendo. Me hago creer que tengo cosas importantes, que mi vida no se derrumba por un beso que vendrá. Suelo jugar a que tú también lo entiendesn, porque te pasa igual. Verte y no pensar en otra cosa. Besarte no como el último de mis besos. Como el primero de todos los que di.

Verte y no besarte



Lua

jueves, 27 de mayo de 2010

Sandía con pepitas



Con tantas cosas como ahora tengo en la cabeza, con tantas obligaciones e imperativos categóricos por buscar, a mí sólo me apetece comer sandía.

Hay cosas que son fáciles y otras que no lo son tanto. La sandía y yo somos de las primeras. Me haría feliz - por caprichos que no sea - comprarme una camiseta blanca en Lefties y una sandía grande en el mercadillo de los miércoles. Recuerdo comer sandía a bocados, mordiendo la parte más carnosa, escupiendo las pepitas e intentando acertarlas en un vaso de plástico. Comer sandía toda yo: manchar la camiseta con el agua que se cae, manchar el suelo con los pepos que no entran y mancharme los carrillos y dejarlos pegajosos y sucios. Delante de un pantano -el de Proserpina, el de Entrepeñas, da un poco lo mismo- contando chistes de gitanas.

Un saludo desde aquí a mi abuela, que me ha enseñado a cortar la sandía dejando el corazón en el centro para comérselo ella después de repartir a todo el mundo.


Lua

miércoles, 24 de febrero de 2010

De bufones y princesas


Leí en un libro, no hace mucho, que los bufones en realidad son personas tristes que terminan por odiar sus propios chistes, que desprenden un halo de melancolía. Viven de emborracharse de la risa de los demás. Quizá sea esa su grandeza. Y su cruz.

Siempre he querido pensar que el bufón no abandona al rey aunque el palacio esté en llamas y que, por supuesto, si su amo muere, él se suicidará detrás. Sólo era un libro y además sé que mentía, porque decía que, al final, el bufón se quedaba con la chica. Cuando lo más probable era que se quitara el sombrero y se fuera a La Criolla a buscar otra princesa de barra y tacón.

Quiero agradecerte en este pequeño rincón que tengo en la web todas y cada una de las carcajadas que me has arrancado desde que nos conocemos (que no son pocas), cada uno de los chistes malos que no te he reído, cada vez que me has enseñado que la estupidez supera a la inteligencia, que me hayas hecho ver que hay otra forma de entender Grecia y de entender Roma, más allá de los estirados universitarios que no le ven el lado poético al asunto.

Llevo ya mucho tiempo presumiendo de conocerte, presumiendo de tu sentido del humor, de ti, aunque jamás te lo haya reconocido. Siento de veras que todas tus princesas se conviertan en sapos crueles a los pocos besos.

Juanma, está ahí fuera, te está esperando y te encontrará. Siempre que lo desees.


Lua

miércoles, 17 de febrero de 2010

Liber, libri


Todos esos libros que se fingen haber leído, los donaires del señorío sin Don delante que cabalga en mula con idea de maestranza.

Los listos de pacotilla en un mundo de tontos de remate.