jueves, 27 de mayo de 2010

Sandía con pepitas



Con tantas cosas como ahora tengo en la cabeza, con tantas obligaciones e imperativos categóricos por buscar, a mí sólo me apetece comer sandía.

Hay cosas que son fáciles y otras que no lo son tanto. La sandía y yo somos de las primeras. Me haría feliz - por caprichos que no sea - comprarme una camiseta blanca en Lefties y una sandía grande en el mercadillo de los miércoles. Recuerdo comer sandía a bocados, mordiendo la parte más carnosa, escupiendo las pepitas e intentando acertarlas en un vaso de plástico. Comer sandía toda yo: manchar la camiseta con el agua que se cae, manchar el suelo con los pepos que no entran y mancharme los carrillos y dejarlos pegajosos y sucios. Delante de un pantano -el de Proserpina, el de Entrepeñas, da un poco lo mismo- contando chistes de gitanas.

Un saludo desde aquí a mi abuela, que me ha enseñado a cortar la sandía dejando el corazón en el centro para comérselo ella después de repartir a todo el mundo.


Lua

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