jueves, 25 de diciembre de 2008

Ruido


Y a todo esto, tú. Por todas partes, desparramado y desordenado. Lo que mire, lo que piense, incluso cuando no pienso en nada y dejo la mente en blanco para mirar por la ventana, ahí vuelves tú, como una transparencia diminuta en las olas de vacío que mueven el aire de habitación. Cerrando la puerta por si te escapas.

Hace tiempo sé que creí en el amor, en el amor adolescente de primera juventud. Con el tiempo en el desamor, por encima de todas las cosas. Causa y consecuencia. ¡Cuántas veces después no lo confundí con el sexo baladí! Renuncié a todo esfuerzo de conocer y dejarme conocer, con la misma esperanza de futuro que alberga el peor de los miserables. Vagar como otra sombra gris por debajo de los rascacielos de la capital, escuchando a algún solitario tocar la trompeta y con novelas agrias de Paul Auster cerca del corazón derecho.

Mírame ahora, miedo a que este cuento de hadas postmoderno se deshaga como se deshicieron antes de ti las fábulas griegas de medio pelo, de las que no aprendí moraleja alguna; a que se vayan por la puerta grande, pañuelo en mano, las conversaciones interminables, el calor humano, las doce horas como doce minutos, el sexo compartido y los domingos por la tarde.

La lexicofobia sólo es uno más de los terrores: si lo nombro, aparecerá, se hará realidad. Después de la lateralidad y la cronología, es mi gran problema, la realia no siempre coincide con lo que yo creo ver en el espejo y ahora, aunque haya una niña gorda de 14 años gritando desde el fondo, está desenfocada, en plano americano apareces tú, sonriéndome y abrazándome con la mirada. Día sí, día también. En mi espejo. En el de mi baño rosa. A las 7 de la mañana. Antes de todas las dudas. Antes de empezar a ser yo. Antes de ceder el sueño a la luz de la mañana. Siempre antes, siempre. Siempre a vueltas con la misma pregunta de todos los días: "si esto no lo es, ¿qué coño es, entonces, el amor?"



Lua

domingo, 2 de noviembre de 2008

Alta mar


Con la cabeza sumergida en agua, el ajetreo de tareas postergadas es sólo una música de fondo. ¿Quién no ha querido nunca nadar en su propia taza de té? Imaginar el calor por el calor mientras fuera hace frío invernal y las conciencias, diluyéndose con el azúcar, bailan al son de la cuchara, le bailan el agua a la cretina sin acento que en el salón se toca un tango medio francés.

Hoy he probado el mar, la mar. La inmensidad de las horas en el silencio atronador - los dedos tapando los oídos - y un domingo que no escocía al derramarse por mi piel. El tiempo en alta mar no sabe a Camberbert revenido, sabe a regaliz del bueno y hasta el alma es relativa en tu cama.

Mañana, lunes, la bolsa de Pu-Erh volverá a girar encima del agua hirviendo, y yo con ella, para marearnos juntas, para perder de vista la realidad, para encerrar la mar profunda dentro de mi taza de té.



Lua

lunes, 22 de septiembre de 2008

La tiranía de la burocracia






Más de dos meses con todos sus días yendo de oficina en oficina con los papeles equivocados y las fotocopias sin compulsar. Escuchando millones de excusas nuevas por las cuales nunca me iba a casa matriculada en el Máster de Filología Clásica. Yo, pacientemente, fui de ventanilla a mostrador y de mostrador a sala de esperar, mientras mi ira se acumulaba poco a poco, grano a grano, hasta que mi voz empezó a volverse más áspera, la misma voz que los primeros días acompañaba a una sonrisa espléndida, respondiendo a la filosofía de: "si sólo hay que ser amable con ellas".

Ellas son las funcionarias, las que tienen los formularios, las reinas de los sellos que compulsan fotocopias por el módico precio de 8,50€. Las rubias de laca y rimel, de las gafas de pasta con cadena, del "pero a ver". Gobiernan sin ley y sin Dios a un pueblo que siente pavor ante una casilla mal rellenada o un dato sin escribir, a que falte una fotocopia de DNI y ordenen coger un nuevo número y a esperar una nueva cola, quien, como un único ser, celebra tu derrota entre carcajadas y cuchicheos.

Estaba convencida, por aquello de mirarlo por el lado bueno, de que en la última ventanilla la última secretaria me daría el premio de la gynkana, me daría una bolsa de 10 euros en chucherías, además del papel final de la matrícula.

Pero eso nunca llegó a ocurrir, me cansé en mitad del proceso y un buen día decidí dejar de tirar mi dinero en RENFE para ir de la autónoma a la complutense a "arreglar papeles" porque mi vida se estaba enturbiando y ni siquiera había empezado el posgrado. Caminaba por la calle con un odio resentido hacia cualquier mujer viandante que encajaba en el perfil de funcionaria-con-sello-de-compulsar y, en más de una ocasión, se me ocurrió acercarme a pedir explicaciones por todos los agravios con muy pocos modales, los pocos que me quedaban, los que ellas me habían quitado paulatinamente en cada mostrador.


Hace unos días volví a ver Las doce pruebas de Astérix y Obélix y me alegré profundamente de que alguien hubiera entendido el chiste de la burocracia.



Lua

jueves, 28 de agosto de 2008

El hombre del perpetuo bastón


Hoy vengo con la sonrisa de los domingos. Me encantaría fotocopiar este texto de Borges (te adoramos, óyenos) y pegarlo por todas las farolas y marquesinas de mi pueblo, atiborradas siempre de publicidad de la mala, publicidad del Paint.


Lo traigo porque me gusta y a la vez me da por culo. Siempre se me queda la misma sensación después de ver, leer o escuchar una genialidad, esa pregunta que se retuerce sobre sí misma: ¿por qué no se me ocurrió a mí primero?.


La casa de Asterión


Y la reina dio a luz un hijo

que se llamó Asterión.

Apolodoro: Biblioteca, III, I



Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones ( que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es catorce) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios pero si la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridicula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, anadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se posternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó en el mar. no en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.


El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espiritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duremo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocaremos en otro patio o bien decía yo que te gustaría la canalta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reimos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce[*] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterión. quizá yo he creado las estrellas y el sol la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La cremonia dura pocos minutos. uno tras otro caen sin que yo me ensangrinte las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadaveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llgaría mi redentor. desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mo oído alcanza todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Como será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?



El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.-¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.





¡Ay!

Lua

jueves, 7 de agosto de 2008

Reencuentro poético


Camino de Alcocer, un arriero lleva un saco de esos viejos con marca de siembra de patata, pero vacío, busca algo con que llenarlo. Con un sombrero de paja, pero no, no lleva una espiga en la boca, aunque la piel curtida revela las sendas recorridas, el sol por el que se ha arrastrado y los pueblos que ha conocido lo revelan sus ojos, que nunca miran aquí o allí. Lo están mirando todo a un mismo tiempo, aquí, allí, aquí y allí.


El saco vacío cuelga del hombro derecho con la rutinaria espera de quien sólo tiene esperanza de rutina. Pero hoy no serán patatas, ni trigo. Aquí somos más de aquí, no hay café, ni mulas, ni Juan Valdés. Hay un hocino y una montaña de cosas que alguien ha tirado en él. Ve cómo algunas están destrozadas, se nota que fueron lanzadas con rabia; otras tantas, las de la derecha, están colocadas con esmero, como si ése tuviera que ser su sitio natural mientras a alguien le pesaba dejarlas allí (sí, parece que la mayoría se escriben con mayúscula); y luego está esto otro, un puñado de sinsentidos que parecen más olvidados que desterrados, su dueño los puso ahí como quien deja las llaves en la mesa del recibidor.


Hay una poesía, que son todas las poesías del mundo. Cubierta de polvo, en una bola de papel amarillento está la voz que se debía a alguien. Surgida de la nada, así, La voz a ti debida:



"Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.


De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo."


Nostalgia de Salinas en un día cualquiera en el que un arriero pasó por un hocino y rescató un poema. Sólo eso.


Lua

domingo, 20 de julio de 2008

Los domingos por la tarde


Hoy quiero tirar al hocino los domingos por la tarde porque siempre me estorban. Para mí, son otra muestra más de la Humanidad casi hiriente que nunca termino de entender del todo bien.


La semana pasa entre el ajetreo de los quehaceres postergados y las ilusiones ilusorias que nunca se cumplirán. Ruedan los días sobre horas de mantequilla, apartando la mirada de aquí y de allí, pero con un movimiento uniforme, casi como un baile.


52 veces al año sufro la misma sensación de pasmoso tedio ante el repentino advenimiento de un domingo por la tarde, donde no hay siquiera nada que desperdiciar. Una masa gris informe, como la de Michel Ende. Toca hacer confesión, resumen, penitencia, ayuno y promesas de mejora. Y así nos va. El té no ayuda, aunque tampoco hay que negarle la cualidad de amigo fiel donde los haya.


Los domingos por la tarde me derraman por encima todo el tiempo que desperdicio, que no es poco (siempre digo que "nunca llevo reloj porque no me gustaría saber cuánto tiempo pierdo en hacer tonterías"). Me miran raro, excepto a los que también llaman "raros". Que disfruten los demás de la puntualidad exacta, de las coordenadas justas y del té de las 5 de la tarde; para ellos es inconcebible no saber qué hora es ni dónde está uno y de ahí que les parezca del todo inusual que yo salte a la comba con la curva espacio-tiempo.


El domingo es uno de ellos: "¿Y los artículos Laura? ¿Los leíste el lunes? ¿él miércoles? ¿quizá te lo planteaste el jueves? ¿y hoy domingo, qué te parece hoy, té y artículos?". No, lo siento, los domingos no estoy operativa, los domingos estoy debajo de la cama esperando que alguien me ofrezca el plan del mes para dejar a un lado la mala conciencia, que me está voceando lo que debí hacer con la zapatilla en la mano.


Sólo hay un reloj en mi habitación y está entrenado para no saber dar la hora; es un reloj de la infancia que aún a día de hoy me está enseñando a decir "a las 9 en punto estoy allí", es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico, como debe ser.


Mi imagen del tiempo es un Cambembert derretido (¡qué razón llevaba Aquél!), para otros no sé qué otra cosa puede ser. Hay un tiempo para cada persona, igual que hay un domingo para cada semana. En mi reloj entrenado, los malos momentos se recuerdan como chasquidos y los buenos momentos se me quedan atrapados con difícil huida como la mano en la melaza. Para otros, dicen, es al revés.


La persistencia de la memoria es diferente en cada uno, a mí, en concreto, me jode las semanas. Me comería los domingos por la tarde, a sabiendas de la indigestión.
Lua

"Lo mismo que me sorprende que un oficinista de banco nunca se haya comido un cheque, asimismo me asombra que nunca antes de mí, a ningún otro pintor se le ocurriera pintar un reloj blando"

jueves, 17 de julio de 2008

De grandilocuencias, melodramas y circos romanos


Hoy quiero brindar este jueves farragoso a todos las tragedias humanas del mundo: las que han ocurrido y las que han sido inventadas.

Uno puede sentarse con su plumífero bien afilado, o con un gustoso nudo de madera en la punta, allá cada uno, y escribir. Y escribir lo que apetezca escribir, sobre los vaivenes del euribor, la comida dominguera en España o sobre acontecimientos que brotan lágrimas en las películas de los domingos por la tarde.

Vengo al hocino con una carretilla llena de párrafos que me han revuelto la última de mis tripas en alguna ocasión. ¡Qué lugar más recóndito! aquí yacerá aquel párrafo de Fiodor relatando los vicios a los que se da el alma cuando se le cae encima la pobreza material:

-Señor -siguió diciendo en tono solemne-, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la embriaguez, señor.

Aclaremos algo: hay que ser por lo menos primo lejano de Dostoievski para tratar con la crudeza que dan las estepas rusas un tema tan jodido como el de la miseria humana; que los mortales nos conformamos con escribir en un ordenador sobre cualquier cosa carente de interés.

Pido cinco minutos de silencio al auditorio para condenar el mal gusto, tan presente en nuestras vidas. Hay muchos tipos de gustos malos, pero sólo hay uno que deja ese sabor rancio en la boca, ese pestilente olor a podrido como el primer aliento de la mañana, y no es otro que el los burdos rumores que se pasean de boca en boca, dejando a su paso un rastro de morbosidad decadente, que dice mucho de todos pero todos callan en voz alta. "¿Quién le ha pedido a quién?".

Y aún peor, que ya los niños saben los peligros del boca-oreja en voz baja, con mentirijillas y por la espalda; mientras que los mayores han olvidado jugar, un niño de cinco años ya no espera que en teléfono escacharrao las noticias lleguen bien, se exagera, se grita, se incluyen palabras nuevas ("caca" siempre da mucho juego), hay risinas por lo bajini y, al final, una gran y unísona carcajada.

Hoy hemos jugado al teléfono, ¿verdad que sí? de una frase inocentona y casi pueril, si se apura (apurando mucho, que algún niño ya sólo disfruta de helados virtuales), "voy por un helado", hemos llegado a la pomposidad, al desgarro, la tragedia sofoclea, la continua perpetuación de la estirpe del miserable rey Edipo...¡Nos hemos rasgado las vestiduras! ¡Hemos convocado a las mejores y sonoras plañideras! ellas y sólo ellas, con sus puños golpeando en el pecho, sangrándose los senos, sus gritos desoladores y desconsolados, arrancándose pelo con los puños pecadores de sus pecadoras manos...sólo con estas manifestaciones de dolor propias de la desgracia humana que abruma la vida de todos y cada uno de los mortales, sólo ellas podían demostrar el dolor inhumano, el dolor que sólo los héroes, por semidioses, y las divinidades mismas son capaces de soportar en lo más profundo de su alma.

El helado era de limón, por cambiar y dejar el E-308, y la tragedia humana seguirá su curso otro día, como cada día, como en todas partes, cada vez que el tonto del pueblo hace uso de su grandilocuencia, de su propio melodrama y del circo romano que monta cada vez que se levanta.

miércoles, 16 de julio de 2008

¿Qué es un hocino?


- Se ha roto la bicicleta
- Pues tírala al hocino.

Con estas conversaciones crecí yo, en un pueblo recóndito de la Alcarria con su ermita, su panadería (Laurita, hija, ve en ca' la Encarna a por una de pan), su plaza del pueblo para los pasodobles, sus huertos pequeños, su parque con columpios oxidados, su polivalente, sus impresionantes huertos grandes, su cura poco religioso y, claro, con su hocino.

El hocino estaba al final del pueblo, detrás de la casa dEl millonario. Siempre que en mi familia se ha roto algo, se ha tirado allí; cada vez que queríamos arreglar tal o cual cosa, se buscaba en el hocino, en especial los motores de lavadora.

No será en exceso farragosa la metáfora esencial de este blog respecto a su contenido: yo escribiré mis grandes párrafos con mala letra y mi grandes porquerías con el lacito de Courier; si alguien usa de ellos yo no seré consciente, pero habré sacado de mí ese electrodoméstico que me estorbaba en la cocina en forma de pensamiento.

No me veo capaz de hacer un párrafo programático sobre el contenido, ni sobre la extensión de la dosis, porque a decir verdad es más que probable que mañana ya haya perdido parte del interés.Advertir de la inclusión de textos ajenos, a veces infundados y otros con todo el fundamento del mundo. El de hoy no tiene más raíces que una vieja lección aprendida de sopetón. ARENA EN LAS MANOS EN UN DÍA DE VIENTO. Con ustedes, que son yo misma, Claudio Rodríguez, por una época de tempestades que hoy me ha vuelto a las mientes:

AJENO

Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y curo del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.


Lua