jueves, 17 de julio de 2008

De grandilocuencias, melodramas y circos romanos


Hoy quiero brindar este jueves farragoso a todos las tragedias humanas del mundo: las que han ocurrido y las que han sido inventadas.

Uno puede sentarse con su plumífero bien afilado, o con un gustoso nudo de madera en la punta, allá cada uno, y escribir. Y escribir lo que apetezca escribir, sobre los vaivenes del euribor, la comida dominguera en España o sobre acontecimientos que brotan lágrimas en las películas de los domingos por la tarde.

Vengo al hocino con una carretilla llena de párrafos que me han revuelto la última de mis tripas en alguna ocasión. ¡Qué lugar más recóndito! aquí yacerá aquel párrafo de Fiodor relatando los vicios a los que se da el alma cuando se le cae encima la pobreza material:

-Señor -siguió diciendo en tono solemne-, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la embriaguez, señor.

Aclaremos algo: hay que ser por lo menos primo lejano de Dostoievski para tratar con la crudeza que dan las estepas rusas un tema tan jodido como el de la miseria humana; que los mortales nos conformamos con escribir en un ordenador sobre cualquier cosa carente de interés.

Pido cinco minutos de silencio al auditorio para condenar el mal gusto, tan presente en nuestras vidas. Hay muchos tipos de gustos malos, pero sólo hay uno que deja ese sabor rancio en la boca, ese pestilente olor a podrido como el primer aliento de la mañana, y no es otro que el los burdos rumores que se pasean de boca en boca, dejando a su paso un rastro de morbosidad decadente, que dice mucho de todos pero todos callan en voz alta. "¿Quién le ha pedido a quién?".

Y aún peor, que ya los niños saben los peligros del boca-oreja en voz baja, con mentirijillas y por la espalda; mientras que los mayores han olvidado jugar, un niño de cinco años ya no espera que en teléfono escacharrao las noticias lleguen bien, se exagera, se grita, se incluyen palabras nuevas ("caca" siempre da mucho juego), hay risinas por lo bajini y, al final, una gran y unísona carcajada.

Hoy hemos jugado al teléfono, ¿verdad que sí? de una frase inocentona y casi pueril, si se apura (apurando mucho, que algún niño ya sólo disfruta de helados virtuales), "voy por un helado", hemos llegado a la pomposidad, al desgarro, la tragedia sofoclea, la continua perpetuación de la estirpe del miserable rey Edipo...¡Nos hemos rasgado las vestiduras! ¡Hemos convocado a las mejores y sonoras plañideras! ellas y sólo ellas, con sus puños golpeando en el pecho, sangrándose los senos, sus gritos desoladores y desconsolados, arrancándose pelo con los puños pecadores de sus pecadoras manos...sólo con estas manifestaciones de dolor propias de la desgracia humana que abruma la vida de todos y cada uno de los mortales, sólo ellas podían demostrar el dolor inhumano, el dolor que sólo los héroes, por semidioses, y las divinidades mismas son capaces de soportar en lo más profundo de su alma.

El helado era de limón, por cambiar y dejar el E-308, y la tragedia humana seguirá su curso otro día, como cada día, como en todas partes, cada vez que el tonto del pueblo hace uso de su grandilocuencia, de su propio melodrama y del circo romano que monta cada vez que se levanta.

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