domingo, 20 de julio de 2008

Los domingos por la tarde


Hoy quiero tirar al hocino los domingos por la tarde porque siempre me estorban. Para mí, son otra muestra más de la Humanidad casi hiriente que nunca termino de entender del todo bien.


La semana pasa entre el ajetreo de los quehaceres postergados y las ilusiones ilusorias que nunca se cumplirán. Ruedan los días sobre horas de mantequilla, apartando la mirada de aquí y de allí, pero con un movimiento uniforme, casi como un baile.


52 veces al año sufro la misma sensación de pasmoso tedio ante el repentino advenimiento de un domingo por la tarde, donde no hay siquiera nada que desperdiciar. Una masa gris informe, como la de Michel Ende. Toca hacer confesión, resumen, penitencia, ayuno y promesas de mejora. Y así nos va. El té no ayuda, aunque tampoco hay que negarle la cualidad de amigo fiel donde los haya.


Los domingos por la tarde me derraman por encima todo el tiempo que desperdicio, que no es poco (siempre digo que "nunca llevo reloj porque no me gustaría saber cuánto tiempo pierdo en hacer tonterías"). Me miran raro, excepto a los que también llaman "raros". Que disfruten los demás de la puntualidad exacta, de las coordenadas justas y del té de las 5 de la tarde; para ellos es inconcebible no saber qué hora es ni dónde está uno y de ahí que les parezca del todo inusual que yo salte a la comba con la curva espacio-tiempo.


El domingo es uno de ellos: "¿Y los artículos Laura? ¿Los leíste el lunes? ¿él miércoles? ¿quizá te lo planteaste el jueves? ¿y hoy domingo, qué te parece hoy, té y artículos?". No, lo siento, los domingos no estoy operativa, los domingos estoy debajo de la cama esperando que alguien me ofrezca el plan del mes para dejar a un lado la mala conciencia, que me está voceando lo que debí hacer con la zapatilla en la mano.


Sólo hay un reloj en mi habitación y está entrenado para no saber dar la hora; es un reloj de la infancia que aún a día de hoy me está enseñando a decir "a las 9 en punto estoy allí", es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico, como debe ser.


Mi imagen del tiempo es un Cambembert derretido (¡qué razón llevaba Aquél!), para otros no sé qué otra cosa puede ser. Hay un tiempo para cada persona, igual que hay un domingo para cada semana. En mi reloj entrenado, los malos momentos se recuerdan como chasquidos y los buenos momentos se me quedan atrapados con difícil huida como la mano en la melaza. Para otros, dicen, es al revés.


La persistencia de la memoria es diferente en cada uno, a mí, en concreto, me jode las semanas. Me comería los domingos por la tarde, a sabiendas de la indigestión.
Lua

"Lo mismo que me sorprende que un oficinista de banco nunca se haya comido un cheque, asimismo me asombra que nunca antes de mí, a ningún otro pintor se le ocurriera pintar un reloj blando"

jueves, 17 de julio de 2008

De grandilocuencias, melodramas y circos romanos


Hoy quiero brindar este jueves farragoso a todos las tragedias humanas del mundo: las que han ocurrido y las que han sido inventadas.

Uno puede sentarse con su plumífero bien afilado, o con un gustoso nudo de madera en la punta, allá cada uno, y escribir. Y escribir lo que apetezca escribir, sobre los vaivenes del euribor, la comida dominguera en España o sobre acontecimientos que brotan lágrimas en las películas de los domingos por la tarde.

Vengo al hocino con una carretilla llena de párrafos que me han revuelto la última de mis tripas en alguna ocasión. ¡Qué lugar más recóndito! aquí yacerá aquel párrafo de Fiodor relatando los vicios a los que se da el alma cuando se le cae encima la pobreza material:

-Señor -siguió diciendo en tono solemne-, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la embriaguez, señor.

Aclaremos algo: hay que ser por lo menos primo lejano de Dostoievski para tratar con la crudeza que dan las estepas rusas un tema tan jodido como el de la miseria humana; que los mortales nos conformamos con escribir en un ordenador sobre cualquier cosa carente de interés.

Pido cinco minutos de silencio al auditorio para condenar el mal gusto, tan presente en nuestras vidas. Hay muchos tipos de gustos malos, pero sólo hay uno que deja ese sabor rancio en la boca, ese pestilente olor a podrido como el primer aliento de la mañana, y no es otro que el los burdos rumores que se pasean de boca en boca, dejando a su paso un rastro de morbosidad decadente, que dice mucho de todos pero todos callan en voz alta. "¿Quién le ha pedido a quién?".

Y aún peor, que ya los niños saben los peligros del boca-oreja en voz baja, con mentirijillas y por la espalda; mientras que los mayores han olvidado jugar, un niño de cinco años ya no espera que en teléfono escacharrao las noticias lleguen bien, se exagera, se grita, se incluyen palabras nuevas ("caca" siempre da mucho juego), hay risinas por lo bajini y, al final, una gran y unísona carcajada.

Hoy hemos jugado al teléfono, ¿verdad que sí? de una frase inocentona y casi pueril, si se apura (apurando mucho, que algún niño ya sólo disfruta de helados virtuales), "voy por un helado", hemos llegado a la pomposidad, al desgarro, la tragedia sofoclea, la continua perpetuación de la estirpe del miserable rey Edipo...¡Nos hemos rasgado las vestiduras! ¡Hemos convocado a las mejores y sonoras plañideras! ellas y sólo ellas, con sus puños golpeando en el pecho, sangrándose los senos, sus gritos desoladores y desconsolados, arrancándose pelo con los puños pecadores de sus pecadoras manos...sólo con estas manifestaciones de dolor propias de la desgracia humana que abruma la vida de todos y cada uno de los mortales, sólo ellas podían demostrar el dolor inhumano, el dolor que sólo los héroes, por semidioses, y las divinidades mismas son capaces de soportar en lo más profundo de su alma.

El helado era de limón, por cambiar y dejar el E-308, y la tragedia humana seguirá su curso otro día, como cada día, como en todas partes, cada vez que el tonto del pueblo hace uso de su grandilocuencia, de su propio melodrama y del circo romano que monta cada vez que se levanta.

miércoles, 16 de julio de 2008

¿Qué es un hocino?


- Se ha roto la bicicleta
- Pues tírala al hocino.

Con estas conversaciones crecí yo, en un pueblo recóndito de la Alcarria con su ermita, su panadería (Laurita, hija, ve en ca' la Encarna a por una de pan), su plaza del pueblo para los pasodobles, sus huertos pequeños, su parque con columpios oxidados, su polivalente, sus impresionantes huertos grandes, su cura poco religioso y, claro, con su hocino.

El hocino estaba al final del pueblo, detrás de la casa dEl millonario. Siempre que en mi familia se ha roto algo, se ha tirado allí; cada vez que queríamos arreglar tal o cual cosa, se buscaba en el hocino, en especial los motores de lavadora.

No será en exceso farragosa la metáfora esencial de este blog respecto a su contenido: yo escribiré mis grandes párrafos con mala letra y mi grandes porquerías con el lacito de Courier; si alguien usa de ellos yo no seré consciente, pero habré sacado de mí ese electrodoméstico que me estorbaba en la cocina en forma de pensamiento.

No me veo capaz de hacer un párrafo programático sobre el contenido, ni sobre la extensión de la dosis, porque a decir verdad es más que probable que mañana ya haya perdido parte del interés.Advertir de la inclusión de textos ajenos, a veces infundados y otros con todo el fundamento del mundo. El de hoy no tiene más raíces que una vieja lección aprendida de sopetón. ARENA EN LAS MANOS EN UN DÍA DE VIENTO. Con ustedes, que son yo misma, Claudio Rodríguez, por una época de tempestades que hoy me ha vuelto a las mientes:

AJENO

Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y curo del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.


Lua