jueves, 12 de febrero de 2009

Pequeñeces e insignificancias


Vengo al hocino con las confesiones de medianoche, esas verdades a medias rodeadas de misterio que se cuentan al primer cualquiera que se sienta en la barra del bar a compartir un whiskey de reproches, reproches a la mujer, al jefe, a la Navidad, a la vida misma que se queda en la puerta para volver a rodearte con el brazo por encima del hombro de camino a casa.

Yo lo he hecho. Otra vez. Otra vez contando demasiadas historietas donde el malo soy yo misma, o el destino, si se cree en él. Pero sin bar, sin whiskey, sin espectador y casi sin conciencia. Derrochando desmesura en la tragicomedia de cada anécdota.

¿Y todo para qué? para arrepentirme al día siguiente de haber hablado tanto de todo y de mí y de vuelta a mis rincones a sentirme gilipollas. No doy respiro a mi tetera, té tras té, arañando con la cuchara mi fiel taza de Starbucks, derrotada, pobrecita ella, de escuchar tanta idea estúpida, de responder con quieto silencio a preguntas fatídicas y agoreras del tipo "¿qué pasaría si yo..?". Porque la duda es de piel y hueso, la duda está aquí delante de mí.

Pero no es posible, ni siquiera real. Ya va siendo hora de que a mis 22 años empiece a diferenciar la verdad de la ficción, de que sepa que mis manías son reales aunque parezcan de chiste, aunque me sienta cómoda hablando de ellas, que no sé encender mecheros de ruleta ni esperar a alguien que se retrasa, que me toco el pelo cuando bebo agua, que tengo que cerrar todas las puertas y doblar bien todas las esquinas de papel. Son más reales que graciosas, aunque no sea consciente de ello.

Me ha llevado muchas horas construir este castillo en las nubes donde esconder los sentimientos, que en realidad ya han empezado a existir. Me subiré con la tetera a mirar el mundo desde arriba, a esperarte, a esperar el día en el que al pensar en ti no se me enciendan las mejillas. Se pasará, antes o después, y dejaré de sentirme ridícula por el simple hecho de cruzarme contigo en cualquier bar, en cualquier whiskey.

Por lo que podría haber sido y nunca será. Por todo lo que ya te he contado fuera del horario de visitas, por todos los insignificantes pecados que pienso cada vez que hablo contigo. Por las pequeñeces que nunca tendrán mayor importancia.




Lua

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