domingo, 12 de abril de 2009

Mínimo común múltiplo


¿Qué ocurriría si reuniera a todos mis ídolos musicales en una misma sala? ¿Y a todos mis escritores, vivos y muertos? No sé cómo San Camilo miraría a Pratchett o qué pensaría Ella Fitzgerald de Canteca de Macao. Los habría comedidos que terminarían por adaptarse a la situación, estoy convencida, no creo que Villa-Matas me diera problemas, podría hablar con todos, como Marlango, que se me hacen tan asertivos como sociables por aquello de que todavía están aprendiendo a comportarse en público.

A los músicos los encerraría – 15 a lo sumo, tampoco tengo más – en una sala con instrumentos, bebidas alcohólicas y micrófonos en los jarrones, que no sólo es interesante la música que de allí podría salir. A los escritores les colocaría Coca-colas, brandys, pinchos de tortilla española y una mesa de roble, de las que están bien pulidas y las cartas del tute resbalan con elegancia, donde el Ulises caería a plomo y el rollizo Mulligan haría el silencio. Y a ver qué pasaba después.

Quizá con suerte alguien entendería el chiste, quizá alguno se percatara de que lo único que les separaría de ser llamados “una jauría de intelectualoides desnivelados” no sería su propio arte, sino lo que su arte consigue, que es inspirarme, todo sea dicho. Me fallarían, como me falla Trinidad y Tobago en los mundiales de fútbol, aquellos que no fueran capaces de ver más allá de las célebres calvas y sus retruécanos verbosos, ensimismados algunos, que no todos, con el YO poético que tanto han trabajado.


Lua


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