miércoles, 9 de febrero de 2011

Ciencia y Ficción


A veces ocurre. Ocurre cuando a una ya no le queda más remedio, porque se está ahogando en penas tontas, porque se agobia por cosas que no tienen más remedio que solucionarse por sí mismas. En ese momento aparece el maldito agujero de todos los domingos por la tarde, la madriguera de conejo perfectamente mullida, invitándola a tirarse de cabeza.

No es una panacea para mis problemas, pero desde luego es una salida como cualquier otra. Quizá sea más interesante ver a alguien entrar por la ventana que por la puerta, pero pocas cosas hay más ficticias que ponerse un vestido azul y un lazo en negro en la cabeza, creer que una se llama Alicia y dejarse llevar y arrastrar por un mundo paralelo de fantasía, hecho a medida y a golpe de realidad, por contradictorio que parezca.

Un golpe aquí, es un cuadro en la pared allí. Una mala contestación aquí, suena en vinilo francés y me hace bailar. Y todas esas cosas que han pasado y no me gustan, son pelusas grises que tengo encerradas en jaulas, algunas, claro, más grandes que otras.

Por esas tonterías que me rescatan de mí misma y le dan luz y color a las semanas de invierno.

Quiero preparar una sesión de fotos de fotomatón: me parece que son a la fotografía lo que los posit a la literatura. Ja.

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